Iglesia de la Inmaculada Concepción
Pere Just y su esposa, Francisca Gozalbo, habían legado, en su último testamento, una fuerte suma de dinero con el fin de que en Nules se construyese un convento de monjas carmelitas descalzas; dicho convento debería estar bajo la advocación de San Joaquín.
En 1726 la villa y clero de Nules dieron el beneplácito para que se construyese el convento. En 1727 se obtuvo el permiso real y el 16 de julio del año siguiente, día de la festividad de Nuestra señora del Carmen, se colocó la primera piedra.
El encargado de marcar los cimientos fue el maestro de obras José Pujante, quien ya había desempeñado un importante papel en la construcción del convento que la rama masculina de la Orden tenía en la población; el maestro de obras se ciñó a las trazas propias de la Orden.
El convento se edificó extramuros, junto al camino Real, a unos cuatrocientos pasos del portal de Valencia. El lugar escogido fue una amplia zona ubicada en las proximidades del arrabal homónimo que se estaba configurando a ambos lados del citado camino.
A mediados del siglo XVIII las obras estaban muy avanzadas. En diciembre del año 1768, los administradores del legado de Pere Just contrataron con Bautista Pujante, maestro de obras, “ lo que resta de iglesia, sacristía y coro de abajo y aún perfeccionar el coro de arriba”. Se concertó también la construcción del horno, puerta principal y refectorio, y encalar todo el convento.
A finales del siglo el conjunto estaba terminado, e incluso el amplio huerto, de más de 24 hanegadas, rodeado de alta tapia, tenía plantada ya una gran variedad de árboles frutales; dicho huerto era regado mediante una noria, la cual se nutría de las aguas de la acequia Mayor.
Debido a los conflictos surgidos entre la administración del legado de Pere Just y el Obispado, las carmelitas descalzas nunca llegaron a tomar posesión del convento.
Con la desamortización de Mendizábal el convento pasó a manos privadas. La iglesia, junto con algunas dependencias, fue transformada en hostal; otras dependencias del convento pasaron a utilizarse como viviendas; en el claustro y portería se instaló una herrería taller para la fabricación de carruajes.
A inicios del siglo XIX la iglesia y parte de las dependencias fueron donadas con el fin de acoger una comunidad de religiosas que debería dedicarse a la acogida y atención de ancianos desamparados; en caso que dicha finalidad no se llevase a término la donación pasaría al Obispado.
A lo largo de la primera mitad del siglo XX la mayor parte de las dependencias del antiguo convento, incluido el claustro, fueron derruidas, mientras que el templo fue abierto al culto.
En la actualidad solo se conserva parte de la iglesia y sacristía, dado que una de las capillas laterales del lado del evangelio y las estancias situadas a ambos lados del antiguo coro, están ocupadas por las viviendas limítrofes. Durante las obras de adaptación del templo, para su apertura al público, se derribó parte de la antigua fachada y el coro, y se construyó, a los pies del templo, un nuevo tramo en que se ubicó el nuevo coro y las escaleras laterales de acceso a éste. Con ello se ocupaba parte de la plazoleta ubicada frente a la antigua fachada.
Originariamente la antigua iglesia del convento era de planta de cruz latina, una nave de tres tramos con el coro alto a los pies, crucero y capilla mayor, cubierta por bóveda de cañón con lunetos, en los que se abrían ventanas. Sobre el crucero la cúpula trasdosada, apoyada sobre pechinas y tambor sin cuerpo de luces, cubierta con teja vidriada. El presbiterio de cabecera plana.
En cada uno de los laterales de la nave central se ubicaban dos capillas, cubiertas con bóvedas vaidas y separadas por pilastras de orden toscano y arcos de medio punto; una potente cornisa y entablamento recorren todo el interior del recinto.
La decoración de la iglesia es la original, a base de rocallas y motivos fitomorfos; en las pechinas de la cúpula cuatro óvalos decorados con rocallas enmarcan el escudo de la orden; tanto los lienzos de pared como las pilastras, entablamento, bóveda y cúpula conservan los esgrafiados lineales que las remarcan y potencian. Los motivos ornamentales son prácticamente idénticos a los de la capilla de la Sangre, más conocida como de la Soledad, construida en la misma época, lo que nos indica que dicha decoración debió de surgir de las mismas manos.
El claustro ubicado junto a la iglesia, en el lado de la epístola, era de dos plantas, con las galerías cubiertas por bóvedas vaidas que, en sus lados interiores, descansaban sobre ménsulas de placas recortadas y, en el lado del patio, sobre columnas de estilo toscano.
A mediados de los años 50 del pasado siglo, el templo fue recuperado para el culto, dotándolo de un nuevo retablo presidido pro una imagen de la Inmaculada, obra de Enrique Giner.
Vicent Felip Sempere
Bibliografía:
Torres, 1994, pp. 206-208; Gil, 2004, pp. 385-386.