Capilla de la Adoración
Situados en la plaza mayor de la Villa de Nules podemos contemplar un grandioso templo, “Domus Dei et porta cieli”, levantado en el mismo lugar donde la persecución religiosa del siglo XX destruyo el anterior. Las grandes puertas centran la fachada que invitan a elevar la mirada encontrándonos con “el simbolet”, cuya misión es anunciar la Buena Nueva “Dios baja a la tierra, Dios entra en el mundo, Dios renueva su entrega por ti”; es la presencia real y corporal del Señor que de rodillas adoramos en la Consagración “tomad y comed esto es mi Cuerpo entregado… tomad y bebed esta es mi Sangre derramada…”. El Simbolet realiza su anuncio de la entrada de Dios que recuerda la primera entrada “la Anunciación”, plasmada en la gran vidriera central. Sobre la cual se alza una gran cúpula situada antes de acceder a las gradas del presbiterio.
La Anunciación viene acompañada de otras vidrieras rectangulares, son algunas letanías marianas, piropos a la Virgen, porque Dios la ha ensalzada. Los cristianos en Ella, Nuestra Madre, nos miramos y deseamos avanzar en la vida cristiana. ¿El camino? los sacramentos, presentes en las vidrieras circulares desde la puerta principal hasta el presbiterio. Van mostrándose cada uno de ellos como encuentros personales con el Señor; son esos encuentros que dejan huella en la propia vida.
A la derecha de las grandes puertas el Despacho Parroquial junto a la Torre-Campanario Parroquial, que nos recuerda que hemos sido creados para cosas grandes, abiertos a la transcendencia no podemos empequeñecer nuestros ideales. Dios cuenta contigo, no le defraudes, El no defrauda, es Amigo que nunca falla.
A la izquierda de las grandes puertas nos adentramos en la Capilla de la Adoracion. En su fachada una humilde vidriera nos muestra el Santo Cáliz, como diciéndonos “Dios esta aquí, y te espera…”.
La Capilla de la Adoracion, como su nombre indica, esta dedicada a la adoración, no se permiten las visitas turísticas, sino solo entramos para la oración prolongada. Día y noche y todos los días del año, sus puertas abiertas nos muestran el corazón abierto y los brazos abiertos de la Iglesia Madre, siempre dispuesta a ofrecer misericordia. Día y noche y todos los días del año el Señor adorado es, y nos dice: “Venid a Mi los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviare”. Es un oasis de paz y de intimidad… Acudir a El y poder reclinar nuestra cabeza sobre el Costado abierto del Señor.
El Ángel Custodio de Nules, Fresco pintado sobre el mismo muro. Ramón Català.
Desde siempre, Nules ha tenido gran devoción al Ángel Custodio. Don Trinitario Mariner la fomento ardientemente y diseño un cuadro de forma especial, que sirve de base al fresco que contemplamos. En la parte inferior, una familia y un milagro en un caballo desbocado, lo más significativo de su territorio y lo más emblemático de la Villa. El ángel custodio, en dalmática de servidor. Detrás de él, la Cruz y el escudo de la Virgen. Todo el pueblo a la sombra de la Cruz y protegido por la Virgen. Arriba una jaculatoria – en latín – de la antífona propia de la fiesta de los ángeles custodios: “Sancti angeli custodes nostri defendite nos in proellio”. “Santos ángeles, nuestro custodios, defendednos en la batalla”.
Damos gracias a los ángeles que guardan nuestro Sagrario, que permanecen en este lugar sagrado, siempre adorando a su Señor. Salen para invitar a todos los cristianos a que vengan, porque el Señor les está esperando en la Eucaristía desde hace veintiún siglos.
Situados detrás en el pasillo, tenemos a la espalda el Confesonario, sede de la Misericordia Divina. Podemos contemplar desde este punto distintas escenas que una tras otra nos van desgranando el misterio eucarístico. Providencialmente ha sido embellecida con el paso de los tiempo para la adoración
Bartimeo, Primer cuadro a la derecha. Sobre tabla, pintada en técnica especial al fresco. Ramón Català.
La Eucaristía, misterio de fe.
El joven Bartimeo se encuentra en la orilla del camino. Pobre, tan pobre que no puede pedir limosna de casa en casa porque está ciego. Por los rumores conoce a la gente que pasa por el camino, los que vienen y van al campo, las que llevan la comida a los viñadores. Un día oye un ruido especial, más fuerte, y pregunta: ¿qué sucede? Es Jesús de Nazaret quien pasa.
Él quiere ver, es rebelde y grita: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mi”. Hay muchos que van con el Señor -pero lejos, lejos-, son quienes le dicen que se calle, que permanezca en su cuneta de siempre, que no moleste al Maestro, que tiene cosas más importantes que hacer. Otros que van cerca del Señor, oyen la voz de Jesús y le alientan: “¡Ánimo!, ¡Levántate! ¡Qué te está llamando!”. El hambriento abandona su manta, que es su tesoro: almohadón para el descanso, cubierta para la lluvia y el sol, cesta para recoger las limosnas. Da un brinco y se presenta ante el Señor.
Jesús tan cercano y sereno, se acerca y le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y le responde el joven Bartimeo: “Señor, que vea”. Y Jesús: “Ve”. Aquel joven ve con sus ojos el rostro de Cristo, cara a cara. Está ahí, y le sigue. Ha abandonado su cuneta, sigue a Cristo. Ver el rostro de Cristo es caminar con Él.
¿Nosotros vemos al Señor en el Sagrario o permanecemos en la vera del camino, en la cuneta, envueltos en nuestro tesoro, una manta sucia?.
Zaqueo, Primer cuadro a la izquierda. Sobre tabla, pintada en técnica especial al fresco. Ramón Català
La Eucaristía, misterio de comunión
Zaqueo por su trabajo estaba muy enganchado con el dinero, al parecer había hecho carrera, se había forrado. Pero oyó hablar de Jesus y se entusiasmo, y le entraron deseos de ver a Jesus. Ese es el amor de entusiasmo. El amor de entusiasmo no impide que siga con su avaricia…
Bajo de estatura, pero importante. El amor de entusiasmo le hace no importarle hacer el ridículo. Ante todo quiere ver a Jesús. Sube al árbol, ¡tribuna de honor! y hace de bufón. Jesús tenía que pasar por ahí. Ve a Jesus, y esta feliz. Es lo que quería. El entusiasmo se sacia cuando le ve.
Pero, llega Jesus, se para… se paran todos. Mira para arriba… miran todos. Y el Señor le llama por su nombre, con urgencia. “Zaqueo, baja pronto, que tengo que hospedarme en tu casa”. Quiere hospedarse en su casa. Y allá van los dos: Jesus, que era alto, el otro que era bajito, caminando muy tieso, y feliz “¡viene a mi casa!”. La gente murmuraba, pero el feliz. Entra el Señor en su casa y ordena su vida. Nadie le habla de caridad ni de justicia, pero el dice: “la mitad de mis bienes a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces mas”. “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. El Señor entra y ordena la casa. No le enriqueció, pero le dio la salud: le curo de la enfermedad de la avaricia, que es una droga, verdadera droga, que “cuanto mas tiene, más quiere”. No lo pueden aguantar, no son capaces porque es verdadera droga. Le libero de la esclavitud del dinero, y por eso “ha entrado la salvación en esta casa”. Al quitarle la enfermedad, le dio lo que no tenia, porque puso en el un corazón bueno.
Ahí esta el amor de amistad y el amor de entusiasmo. El entusiasmo no impide seguir con el pecado. La amistad, encontrarse con el Señor cambia el corazón.
El Señor quiere hospedarse en su casa. Se hospeda en nuestro corazón cuando le recibimos, y en gozoso intercambio, nos hospedamos en el Suyo Divino. Es una común unión. Recibir a Jesús es saber lo único importante. Y el encuentro con el Señor nos lleva a ser justos, a ser caritativos, a despreciar lo caduco, a amar lo eterno, a vivir la caridad verdadera. Sin Él Señor, nuestras obras pueden ser filantropía o solidaridad. Solamente es caridad cristiana -con todos sus quilates- cuando nace en nuestro corazón como consecuencia del encuentro con el Corazón de Cristo. En comunión con el Señor.
Betania, Segundo cuadro de la derecha. Sobre tabla, pintada en técnica especial al fresco. Ramón Català.
La Eucaristía, misterio de amistad
Betania, lugar de reposo y descanso, de compañía con los amigos. Lázaro, de pie, escucha sonriente. María, a los pies del Señor. Marta ocupada, como tantas mujeres que preparan las cosas del Señor: preparando las flores, limpiando los purificadores y corporales, poniendo los manteles…, No basta ocuparnos de las cosas de Dios, sino que hemos de ir a Dios mismo, imitando lo que tratamos. Ser cálices, patenas, lámparas…, Al Señor le gusta escuchar, sabe mucho, también como hombre. Lleva veintiún siglos escuchando, a todo tipo de personas; sus alegrías y sus penas, pero también le gusta que le escuchemos. Para andar por los negocios de esta vida, el Señor nos ha dotado de muchos sentidos, cuando andamos en el único negocio importante –el de escoger la mejor parte- no tenemos más que el oído, y este para dar asentimiento a las palabras de Jesús.
La visita a Jesus que esta en el Sagrario es un descanso, es Betania, es estar con Él, y Él con nosotros. Es una conversación íntima. Nos conocemos y nos tratamos.
Los niños, Segundo cuadro a la izquierda. Sobre tabla, pintada en técnica especial al fresco. Ramón Català.
La eucaristía, misterio de humildad y sencillez
La humillación de Cristo en la Eucaristía es pavorosa. Por eso, es necesario tener corazón de niño para atisbar un poco su misterio. Jesús y los niños. Ellos saben que su amigo está ahí y les ama. Es importante, trascendental, que los niños conozcan el Sagrario: trabajo primordial de los padres, especialmente de las madres. Nosotros no hemos de saber mucho, conocer grandes misterios para captar el sentido profundo de la Presencia Eucarística de Jesús. Abajarnos muchísimo más, ser como los niños, despojarnos de muchas cosas y ante lo sublime conservar la fe y el corazón de niño. El sagrario y los niños son el mayor tesoro de la parroquia.
Cuadro de «Les Barraquetes», Cuadro grande de la izquierda. Fresco pintado en el mismo muro. Ramón Català
Raíces cristianas de Nules
Precisamente por los niños, en la fiesta de las “Barraquetes”, se nos trasmite una tradición que viene del siglo XVI. Fuera de las murallas, donde habitan los pobres, preparados los soldados para la guerra en tiendas de campaña. Presente el Santísimo Sacramento, con su Bendición impera la paz. En las murallas, los escudos de los “centelles” del Reino de Aragón y del Reino de Valencia; y apoyados en los muros las banderas de los gremios: la Virgen, San José, y el ángel custodio.
Somos lo que somos. En los signos se nos indican las dimensiones necesarias para el hombre, como para los pueblos, para un perfecto desarrollo. La persona como el pueblo ha de crecer en una dimensión teológica: Sin Dios, no nos entendemos, no podemos ni existir. En una dimensión social: podemos ser un solo pueblo porque somos ya una sola fraternidad, hijos de Dios. Una dimensión cósmica en el trabajo, en el dominio de la tierra, haciendo un mundo más habitable, perfeccionando la creación, cumpliendo así la misión dada al hombre por el creador. Una dimensión histórica, tenemos nuestra personalidad, que nos viene de nuestras raíces de nuestra historia. Más allá de la herencia material, más allá de la herencia de la sangre, tenemos otra herencia: el legado de todo cuanto nos dejaron. Por eso, somos lo que somos. Este cuadro quiere expresar que Nules tiene raíces cristianas, raíces eucarísticas. No podemos matar la raíz, sin morir.
Emaus, Fresco pintado sobre muro. Ramón Català.
En este cuadro está sintetizada toda la doctrina de la Eucaristía: Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión y Sacramento-Presencia real-corporal.
Jesús tiene el pan en sus manos, manos de obrero. Y parte el pan. Los dos discípulos señalan admirados, pero ¿Qué señalan? Uno a El, el otro al pan.
¿Qué quiere decir? ¿están en desacuerdo? ¿deciden cosas distintas? o… ¿nos trasmiten un mensaje?, pero ¿Cuál?: Él mismo que ven realmente, es Él mismo que está en el Pan. Le han conocido. Conocen a Jesús al verle en la Eucaristía, en la fracción del pan. Jesús se ofrece a sí mismo al Padre y ofrece a los presentes y la humanidad de forma incruenta. Sobre Jesús está el Espíritu Santo, pues es con su fuerza, que se convierte el pan en el Cuerpo de Cristo. El ángel presenta el Santo Cáliz, signo de la Pasión del Señor que se opera en cada sacrifico sacramental, en la Santa Misa. Cáliz del dolor, cáliz del amor.
Hay un canto “Te conocimos Señor al partir el pan; Tú nos conoces, Señor, al partir el pan”. Sagrado Convite en el cual se come a Cristo, se renueva el memorial de su Pasión, se llena el alma de gracia y se nos da una prenda segura de la gloria futura.
EMAUS: Eucaristia de Cristo-Resucitado, memorial de Cristo-Calvario y Ultima Cena Cristo-perpetuado. Tres acontecimientos, pero un único misterio: Amor de donación.
La Eucaristia es un sacramento que realmente para el cristiano, cuanto mas para el sacerdote, es central, es como su Amor, es como su esposa, es el Esposo, es Cristo-Sacramentado, pero en el misterio eucarístico. En una vinculación inseparable con la Cruz, esencialmente esta vinculada a la Cruz. Es lógico, por tanto, que la Iglesia quiera hacer esto visible cuando ordena que siempre haya un crucifijo: es el Memorial de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Cristo. Y vinculada como esta a la Pasión, podemos decir que la Eucaristia es la voluntad sacramental de dar su vida por nosotros, el signo sacramental de la realidad esa Voluntad: Amor de donación.
Es esa Voluntad de ofrenda, sacramentalmente realizada, de la inmolación de la Cruz. El valor de la Cruz no esta en solo el hecho del morir, sino en el Amor con que muere. Y ese amor con que da la vida esta sacramentalmente expresado, realizado, en la Eucaristia, en la presencia del Cuerpo-ofrecido y de la Sangre-derramada: es la Nueva Alianza.
En esa Alianza de la Iglesia con Cristo, realizada en cada uno de sus miembros, se integra la alianza personal de cada uno de nosotros según su vocación en la Iglesia:
- Ahí se sella la consagración a Dios de la vida religiosa,
- Ahí se sella la consagración propia de la vida matrimonial,
- La Ordenación Sacerdotal se sella con la Sangre de Cristo, esa que es la alianza propia del sacerdote, que no es alianza entre las naciones, sino la alianza de la unión conyugal, de la unión matrimonial, ese Amor que se entrega, todo se sella con la Sangre de Cristo.
La Eucaristia de la Nueva Alianza: Banquete Sacrificial de la Nueva Alianza, permanentemente ofrecido.
Y es banquete, tenemos que comprenderlo, no es simple comida, no es el simple comer. El banquete incluye la comida, pero añade que se celebra festivamente, comunitariamente. El banquete se ofrece y el banquete se celebra: celebrar un banquete, ofrecer un banquete. El banquete no lo hacen simplemente el número de los que participan, sino que aunque sean pocos, el banquete se ofrece, esta preparado. Pues bien, la Eucaristia es banquete. Y es banquete universal: “desde donde sale el sol hasta el ocaso”, preparado por el Padre. Es banquete ofrecido a la humanidad entera. No solo por el numero de sacerdotes presentes o de fieles, sino que es banquete por si mismo. De manera que nosotros nos adherimos a ese banquete universal, que el Padre abre con la Ultima Cena, y no se cerrara hasta la venida gloriosa de Cristo. Es banquete universal.
Es como si no hubiera sitio suficiente para celebrar un banquete en un restaurante, y se alquilaran todos los restaurantes de la ciudad, y se unieran con altavoces para celebrar los discursos, la música… y todo el pueblo se convirtiera en un banquete. Aun cuando yo estuviera en un sitio pequeño, solo tuviera una mesita y ahí estuviésemos dos o tres comensales, no es una simple comida, es participación en el banquete.
Pues bien, estamos participando en ese banquete universal “desde donde sale el sol hasta el ocaso”, con los apóstoles, los mártires, los confesores, las vírgenes, los ángeles, con Maria…
Ahí estamos todos, ¡en ese banquete universal grandioso!. Ese es el banquete eucarístico. Tomar conciencia de que accedemos a ese banquete.
Pero ese banquete es sacrificial. El alimento del banquete es: Cristo inmolado por nosotros, es verdad. La alegría del banquete es el sacrificio de Cristo: “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado”. Cristo se ofrece en la Eucaristia, con la misma actitud de entrega que en la Cruz. Allí con su cuerpo cruentamente muere: aquí el Cuerpo esta glorioso, pero la ofrenda es la misma. El ofrece su Cuerpo con el mismo ofrecimiento de la Cruz, aquí sacramentalmente presente. Y así es verdadero sacrificio: “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo Entregado por Vosotros”, “Esto mi carne por vosotros”. Es la oblación: “mi carne por vosotros”. No solamente mi cuerpo glorioso, hecho presente, sino “esto es mi cuerpo entregado por vosotros”, es decir, esta Cristo dándose: tomad y comed, esto es mi Cuerpo entregado a la muerte por vosotros, por amor a vosotros.
Y también después de la Misa, tiene la misma presencia, la misma entrega, la misma actitud, la misma donación. No simplemente esta presente, sino esta dándose: ¡El Cuerpo Entregado… y… La Sangre Derramada!.
Y llega la Comunión: banquete, sacrificio, comunión y presencia. La comunión no es un simple cambio de lugar, es un verdadero abrazo de Cristo al que comulga, se entrega con la entrega de su vida, de su muerte. Se entrega al que comulga, lo abraza en su amor, y en ese abrazo de Cristo, el Padre abraza al que comulga. El abrazo del Padre y del Hijo es don del Espíritu Santo, el abrazo del Padre y del Hijo, es comunicación del Espíritu Santo. De modo que en la comunión, hay una comunicación del Espíritu Santo especial: entregándose El en amor, derrama en nosotros el Espíritu Santo, y ese Espíritu Santo pone en nosotros el amor de correspondencia. Cristo abrazándome, pone en mí el amor de respuesta: que yo le abrace a El y en El al Padre, y ese es el momento sublime, el momento de la comunión. Ese amor de respuesta es el Amor que da la vida, que es el Amor de la Eucaristia. La Eucaristia es “el Amor que da la vida”, el que se nos comunica a nosotros y pone dentro de nosotros ese amor cristiano, que es “el amor que da la vida”, para derramarlo en el Amor a Cristo y al Padre, y en el amor a los hermanos, para que también nosotros nos hagamos sacrificio al Padre, en comunión con los hermanos, entregando también la vida.
La imagen de la Virgen María. Escultura de madera. Acosta.
La Virgen señala con la mano la sede del sacerdote, como afirmando “Este es mi hijo”. Pues todo sacerdote “in persona” al mismo Jesús. Quiere decir mucho más –algo que cada uno tiene que descubrir oyendo a la Madre: Sin sacerdote no hay Eucaristía. Sin sacerdote, no hay perdón de los pecados. Sin sacerdote, perecemos todos. Por tanto, la Virgen constantemente pide que cuidemos a los sacerdotes, especialmente con nuestra oración. Con la mano izquierda sobre el pecho, lleva la flor de la vocación, la flor de la virginidad.
A pesar de los pecados y negligencias, el sacerdote no es ni de unos ni de otros, el sacerdote es de Dios. Él lo ha escogido y lo ha separado. El signo de la virginidad invoca la total pertenencia en exclusivo a Dios, su único amor es Dios. La virginidad es una perla en la corona de la Iglesia. La virginidad ha de ser de la mente por la integridad de la fe, del corazón por la entrega a Dios. Para que el sacerdote entregado predique la doctrina de la Iglesia necesita de nuestra oración; y así señalando la Virgen con su mano, al mismo tiempo, nos dice que hemos de orar por la santidad de los sacerdotes y por las vocaciones al sacerdocio.
Sin sacerdotes, no hay Eucaristía. El Señor para perpetuar este banquete universal, de sacrificio, de comunión, ha instituido el sacerdocio. Para eso esta el sacerdocio: ¡es un servicio, es proveer a la Iglesia de ese banquete!. El sacerdocio ministerial esta todo el ordenado al sacerdocio común de los fieles. Esta ordenado a sostener y alimentar, dar medios para que se viva ese sacerdocio común de los fieles, la ofrenda de los fieles a Dios, la entrega de si mismo, la caridad con que se entregan también y dan su vida.
Para eso ha constituido el ministerio sacerdotal: primariamente para la Eucaristia; luego para el perdón de los pecados. La misma Eucaristia se ordena: la Sangre se ha derramado “para el perdón de los pecados”, y esa Sangre se da también en la Eucaristia, que el sacerdote debe confeccionar: lo pueden repartir otros, pero el sacerdote es el que hace la consagración “in persona Chiristi”. Lo mismo que en el Nuevo Testamento, Cristo no es solo el Pontífice del culto, sino es el Mediador de las gracias, ha querido que su sacerdote ministerial sea también ambas cosas: sea el sacerdote que da culto, sea el mediador de las gracias, el administrador de los sacramentos a los fieles, comunicador de la gracia; y sea también el comunicador de la Palabra de Dios.
Para eso le ha puesto un corazón sacerdotal, para que viva toda esa realidad en la unión con Dios, en la identificación con el, para poder vivir “in persona Christi”, que no es solo algo jurídico, no es solo eso, sino algo misterioso. El sacerdote queda en ese momento envuelto en Cristo, en unión misteriosa, mística, en fuerza de la cual actúa “in persona Christi”.
No es un mero relato de lo que allí sucedió, es “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo entregado por vosotros”. Es memorial, es hacer presente lo que ahí se recuerda, a través de esa acción “in persona Christi”. Y no se puede actuar ordenadamente “in persona Christi”, sino se actúa “in Corde Christi”, en el Corazón de Cristo, con los sentimientos de Cristo, en su inmolación, llevando el pecado del mundo en su Corazón, ofreciéndose el con Cristo. Que ese cuerpo, el suyo, también esta entregado: que se entrega por vosotros, que se da ese cuerpo, que es la vida nuestra también por la salvación del mundo, por las almas, por nuestras almas. Es vivir la Eucaristia con corazón sacerdotal.
Cristo es Mediador ontológico, Dios y Hombre; es Mediador activo, por el ofrecimiento de la Cruz, por el ofrecimiento de su sacrificio; pero es Mediador también, en su actuación psicológica: El lleva el pecado del mundo, El vive su unión con los hombres, vive su unión con el Padre. Y el corazón de Cristo es el lagar donde ese amor del Padre y amor de los hombres, donde la grande misericordia de Dios sentida, y la gran miseria de los hombres tomada en su Corazón, chocan en un choque tremendo, que produce la agonía de Getsemaní.
Con ese Corazón El hace su ofrecimiento, no es una mera materialidad de hacerlo. También los sacerdotes “tomados de entre los hombres”, llenos del Espíritu del Señor, en la consagración tenemos que vivir psicológicamente nuestra mediación, tenemos que tomar en nosotros las miserias y pecados del mundo y sentir en nosotros las misericordias del Padre para expresarlas y transmitirlas.
Y esto lo vivimos en el momento fuerte eucarístico, lo vivimos también en el momento del sacramento de la penitencia, donde también actuamos “in persona Christi”, “in Corde Christi”. El sacramento de la misericordia de Dios, visible en el sacerdote, que derrama esa misericordia sobre el hombre pecador, ´el mismo lleno de la misericordia de Dios, ´el mismo objeto de esa misericordia continua del Señor.
Y en la Eucaristia también el se ofrece como victima con Cristo al Padre, perdido en el Corazón de Cristo, pero con toda la riqueza de su corazón sacerdotal.
Mediación sacerdotal, habiendo sido identificados con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, para actuar “in persona Christi”, “in Corde Christi”.